Quisiera hoy ser feliz
Anochecía aquel día 15 de diciembre de 1979. Caminaba por las calles del centro, con una angustia inexplicable en medio del pecho. Quería desde hacía buen rato regresar a casa, pero no me atrevía a sugerirlo a mi hijo menor, porque él buscaba afanoso un regalo para su padre, que el 21 cumpliría años.
No soy supersticiosa ni creo en cosas sobrenaturales, ni en "presentimientos" ni en frases como la de "una madre nunca se equivoca" o alguna otra zarandaja por el estilo, pero el hecho es que en no pocas ocasiones me ha pasado que cuando alguien cercano a mi vida, por lazos familiares o por afinidad de ideas, sufre, hay algo como un conducto transmisor que me hace partícipe de su sufrimiento y fue por ello porque aquella mi angustia tan grande la pensé gemela de otra ajena que decidí regresar.
Vivía entonces en un oscuro departamento que estaba en el tercer piso, al fondo de un edificio en la calle Pachuca. De prisa recorrí el pasillo y subí las escaleras, seguida de mi hijo. Me detuve en el último descanso y supe entonces que no estaba equivocada: junto a mi puerta, estaba agazapado un hombre que desde hacía varias horas sufría una gran angustia.
"¿Es usted Rosario Ibarra?" me preguntó con voz grave, enronquecida por la pena. Tras de mi quedo asentimiento le escuché decir: "Soy Armando Gaytán, me acaban de soltar… ¡Hijo de mi vida! exclamé desesperada ¡Anoche se fue tu madre! Se puso de pie y pude verlo bajo la luz de aquel pequeño espacio. Alto, como en la fotografía que me dejó su familia, pero no tenían sus ojos la misma dulzura en el mirar, ni su cabello corto, bien peinado. Era aquel hombre mal vestido, algo como la imagen que en mi mente me tracé tantas veces cuando leía El Conde de Montecristo : el cabello largo hasta media espalda y la barba tupida, tan crecida que le cubría el pecho. Y los ojos, aquellos ojos de mirada dulce y risueña que describía su madre, tenían el desasosiego y la angustia que la tortura y el largo encierro les imprimieron y que tardaron mucho tiempo en cambiarse por un mirar profundo y triste, anegado de pena… Lo recordé hace días cuando, con la desfachatez que los caracteriza, el llamado "hermano incómodo" dejó la cárcel y se quejó amargamente de que con sus brazos extendidos podía cubrir la anchura de su celda. Salió ensoberbecido, fingiendo al parecer un arrepentimiento que está muy lejos de sentir; lleno de vida, pulcro, rasurado, bien peinado y en actitud triunfalista junto a los suyos, todos tomados de la mano… En nuestra organización de familiares de desaparecidos no somos ni ministerios públicos ni jueces ni mucho menos verdugos, y si en verdad este señor fuese inocente, somos incapaces de desearle mal… pero lo que no perdonamos y por lo que seguiremos luchando, es por la justicia negada a los nuestros; por el tiempo que les quitaron, por la tortura infame que han sufrido… "por todos los soles que les han robado".
No puede existir comparación posible entre lo vivido en las cárceles por este personaje y lo que hicieron a los nuestros. De ellos sabemos solamente lo que nos han narrado los que logramos liberar, que fue terrible y lo que vieron y escucharon que hacían a otros, a los que no hemos podido rescatar… Este señor nunca estuvo incomunicado ni fue torturado por los criminales bajo las órdenes, criminales también, de un Nazar Haro (más bien, un hijo de tan siniestro personaje fue de su "equipo de abogados") que le garantizaron el "amparo de la ley".
Con los nuestros, todo fue distinto. Echeverría violó todas las leyes y ordenó violarlas a todos sus secuaces, les dio "carta blanca" y lo que es peor: impunidad. Y qué decir de las "fuerzas armadas", el Ejército, ese ente calificado por Tolstoi como disolvente por la ociosidad en la que se desenvuelve, pero que Echeverría tuvo la capacidad de darle "obligaciones" ajenas a las que la Constitución enmarcaba… y aprendieron a sentirse orgullosos del uniforme, y de la bandera y de su "cercanía" al poder y se sintieron entonces atraídos por la violencia y el asesinato y luego también claro por la riqueza que su conducta ilícita les garantizaba… y empezó la historia de los crímenes de lesa humanidad de los que todos los ex presidentes de la República son responsables directos.
Todos estos abominables seres, servidores incondicionales de los encumbrados en un poder obtuso y criminal, están indeleblemente escritos en nuestra memoria, y tiempo más, tiempo menos, caerán no nos cabe duda víctimas de sus "errores" y empezará entonces el "crujir de huesos y el rechinar de dientes", pero no encontrarán salvación posible… Como aquella noche que recuperamos a Armando; como aquella vez que llamé a su madre para darle la buena nueva hasta la lejana Chihuahua, quisiera tener muchas… pero estos hombres monstruosos, estos seres del poder absoluto y perverso, sólo saben de engaños… pero llegará el día en que la alegría nos inundará. Cierto es que, como escribió Cesar Vallejo, "hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir…" porque cada día de la vida luchamos con esperanza y queremos repetir muchas veces hasta hacerlo verdad: "Quisiera hoy ser feliz".