Anheladas cartas...
No cabía de gozo. No estaba sola; yo, que enfrentaba las críticas de familiares, amigos y compañeros por mi "anacronismo", por querer según ellos vivir en el pasado, porque me he negado a sumergirme en ese mar de la "navegación" moderna, del internet, porque adoro mis libros y cuanto he leído en papeles de todos colores y tamaños por más de siete décadas.
Aproveché que tendríamos reunión los familiares y compañeros del Comité ¡Eureka! (algunos de ellos mis críticos), para dar rienda suelta a mi alegría... ¡Con qué gusto les comenté mi hallazgo! Lo maravilloso que me resultó leer en La Jornada: "`Volver a las cartas` intenta rescatar la calidez de la palabra escrita".
Les conté con qué fuerza palpitó mi corazón con el recuerdo de las cartas amadas, que por allí duermen en cajitas viejas de maderas perfumadas, pero cómo sus palabras esparcen en mi mente, la dicha de aquellas primaveras que ya no volverán y el tibio cariño en los fríos inviernos, que también, como las madreselvas y las golondrinas de Bécquer "ya no volverán"...
Atesoro las cartas de mi padre que, como agrónomo que era, trabajaba en el campo, allá en la sierra Tarahumara en donde ni siquiera había correo, pero que me escribía en sus horas de reposo cartas que él mismo, cual moderno Hermes, ponía bajo mi almohada a su regreso, para que las leyera al despertar...
Guardo y sonrío al ver las delicadas tarjetas de mi madre, cuajadas de pensamientos morados y amarillos que ella dibujaba y en los consejos que junto a las flores escribía para mí.
Guardo con inmenso amor recaditos y cartas de quien fue mi compañero por 50 años, del padre de mis amados hijos, que partió hace 12 años por el sendero que no tiene retorno...
Con orgullo leo las cartas que mi abuela Adelaida escribió al Congreso de Nuevo León, para lograr el voto de la mujer... Se le contestó que su solicitud se archivaba por improcedente, pues las mujeres no estaban preparadas para ello.
Cartas, cartas, hermosas cartas, muchísimas cartas escritas en caracteres distintos, con rasgos finos como los de mi tío Virgilio, o grandes, gruesos y a veces ilegibles como los de mi padre... Cartas de familiares, de tíos, de primos, entre las que destacan las de mi amadísima prima Beatriz, además de pariente, amiga entrañable. Preciosa mujer que hizo realidad aquello de que "sabiduría y bondad van siempre de la mano".
Hay en mi tesoro de epístolas cartas de amigos y amigas de la lejana infancia. Fotografías con "dedicatoria", que a veces suelen ser como una carta. Algunas que a mí se me antojan bellas y llenas de dulzura, pero que a otros les parecen almibaradas en exceso e inclusive cursis... en fin, a mí me encanta una fotografía pequeñísima de mi madre, sobre la cual mi padre escribió, con la letra tan fina como pudo hacerla: "Cuando mi pensamiento va hacia a ti, se perfuma". Cómo se reían mis malvados primos cuando la leían, pero al ver la bondad de su tía Concha (mi madre), se ponían serios y callaban...
En una caja de estaño, junto a otros recuerdos, tengo una fotografía que me dedicó Gabriela Mistral y las pocas palabras en ella escritas fueron un invaluable tesoro para mí. Ella era cónsul de Chile en Veracruz y no sé cómo supo que yo tenía una escuelita de declamación que llevaba su nombre. Escribió al reverso de la foto: "Para Rosario Ibarra que me ha dado, sin saberlo, una casa de poesía, agradecida y fraternal", y su excelso nombre.
Me he puesto a recordar cosas idas, cosas del pasado remoto y de las dichas y las alegrías en sus años vividas... pero tengo también en los años recientes un tesoro de epístolas de gente amada, de familiares y amigos.
Cartas de mis hijos que en mi ausencia forzada del hogar me enviaron. Guardo, como si fuera un tesoro, un minúsculo recado en un papel maltrecho que mi hijo Jesús, desde su obligada clandestinidad, me hizo llegar con un amigo, fuera de sospecha de traición, que encontró en la calle. Carta pequeña, carta borrosa por el tiempo encerrada, que me traes el recuerdo imborrable de mi hijo desaparecido... ¡Cuánto quiero cada una de tus letras! Y en la plática reciente con mis amigos, en defensa de mi apego a las cartas escritas de puño y letra, les recordé las 7 mil que recibimos hace tres navidades de integrantes de Amnistía Internacional de todo el mundo, en las que nos animaban a no cejar en nuestro empeño de encontrar a nuestros familiares desaparecidos, a seguir luchando como lo hemos hecho durante más de tres décadas.
Mi punto de vista no ganó, porque la "utilidad" del internet es lo que representa al progreso, pero yo, terca que soy, enamorada de los afectos humanos y del modo más cálido de mostrarlos, seguiré escribiendo "de puño y letra", sobre todo a mis hermosos nietos...
Al concluir la palabra nietos, sonó el teléfono. Me comunicaban que mi prima Beatriz Ibarra murió hace unas horas en Montemorelos, Nuevo León. ¡Cuánto voy a extrañar sus anheladas cartas!