¡Nunca más!
Muy a menudo, es preciso decirlo, las palabras pierden su valor, suenan huecas, estériles, sin sentido. Escuchamos largos discursos llenos de convincentes frases y al poco tiempo nada queda, se esfuman, se borran... la dolorosa realidad nos trae de nuevo el desencanto.
¡Nunca más! Estas dos palabras han sido traicionadas, manchadas, vilipendiadas cuando se ha dicho, se ha repetido, se ha gritado: tortura, ¡nunca más!
Pensé en ello mucho porque la proximidad del Día de San Valentín me lo trajo a la mente.
Qué bien que hoy, ese día dedicado al santo, sea como le llaman "el Día del Amor y la Amistad", y ojalá ambos, amor y amistad, se den a manos llenas, para tratar de borrar de la faz de la Tierra el horror de la tortura que san Valentín sufrió y que segó su vida, y que hasta estos llamados nuestros días no ha cesado.
Con esa vertiginosa cualidad que tiene el pensamiento, que nos lleva a días y épocas cercanas o distantes, pensé en toda la barbarie, en la crueldad de siglos que la humanidad ha padecido. Pensé en san Esteban, primer mártir del cristianismo, que murió lapidado; vi a san Sebastián como lo imaginó Mantenga, atado a una columna y con el cuerpo erizado de saetas. Me parecía estar frente a la persecución de Diocleciano instigado por Galerio y el pensamiento saltaba de un lugar a otro de la historia de la crueldad y de la infamia. Veía las cruces distantes una de otra, la de Espartaco y la de Jesucristo, pero igualmente oprobiosas y despiadadas.
Atahualpa y Cuauhtémoc ensombrecieron mi memoria. Lejanas ambas, pensé en la Noche de San Bartolomé y en la matanza de Cholula, en donde, cuenta la historia, la sangre corría "como si fueran ríos". Sufría de tanto pensar en ello, pero mi mente obstinada se empeñaba en traerme esos trozos terribles de la historia.
Veía horrorizada los "racimos" de orejas y manos de indios yaquis, que los secuaces de Porfirio Díaz exigían a los asesinos como prueba de su villanía, de que les habían quitado la vida.
Sudáfrica y Haití, el famoso estadio en Chile, las hordas de kaibiles en Guatemala, todo pasaba por mi mente como un desfile siniestro. Las víctimas del Holocausto, las inauditamente sádicas penas corporales sufridas por los argelinos... Siberia... Reading... Leavenworth...
La fugacidad del pensamiento me llevaba a todo lo que me es doloroso y que ya nunca podrá serme ajeno... La cercanía del cumpleaños de mi amado hijo desaparecido por el mal gobierno, me trajo oleadas de tristeza. El próximo viernes 17 es la fecha en la que nació y ese día, esa fecha, 17 de febrero, me llevó al pasado, al lejano 1600, cuando murió Giordano Bruno. Por extraña coincidencia, aquel 17 de febrero murió el "nolano" y el 17 de febrero de 1954 nació mi hijo, que admiraba al filósofo rebelde que sufrió años de cárcel, tortura feroz y muerte en la hoguera, a manos de la Inquisición, porque siempre se negó a abjurar de lo que creía. Jamás renegó de su pensamiento, de sus ideas distintas de las de los demás, ni de sus palabras que nos legó en sus libros. Le cosieron los labios para no escucharlo, pero hasta hoy nos llega el sonido de su voz indomable. Tal vez por eso lo admiraba mi hijo.
Y tal vez por eso también, la Iglesia, que se dice misericordiosa, no le ha pedido perdón como lo hizo con otras víctimas del pasado, como Galileo que sí abjuró de la defensa que hacía del sistema cósmico de Copérnico, porque de no haberlo hecho, habría muerto en la hoguera por lo que se consideraba una herejía. Nos quedó su afirmación casi silente de la convicción de Galileo de aquella teoría... Eppur si muove... Y cuánta razón tenía, esta Tierra se sigue moviendo...
De igual forma se siguen moviendo en mi mente imágenes y recuerdos de la historia lejana y reciente. El látigo de los esclavistas, de los crueles hacendados algodoneros sureños estadounidenses, que no vacilaron en ir a una guerra que partió a su país en dos, por seguir siendo dueños de seres humanos arrancados de tierras lejanas, en medio de infinitos sufrimientos, para servirles... Y entre ese oleaje, en esa marejada de visiones de dolor, de tortura y de muerte, me detengo de pronto frente a las "tinajas" de San Juan de Ulúa, símbolo de las aberraciones de un dictador mexicano, obediente y dócil "aliado" del gobierno del vecino del norte.
Porfirio Díaz y William Howard Taft se entendían muy bien y ambos gobiernos maltrataban a los mexicanos que pasaban la frontera, aunque fuesen perseguidos políticos... ¡Cuánta semejanza con lo que hoy sucede! Dóciles y obedientes, Vicente Fox y su secretario de Relaciones Exteriores, aprueban las "balas de goma" primero y no protestan por las amenazas de los posibles disparos con arma de fuego de los integrantes de la Border Patrol, hacia nuestros miserables hermanos que ansían llegar allá, en busca del trabajo que aquí no hay.
En este repaso, veo los horrores del pasado reciente con Lecumberri en 1968 y el sempiterno antro de tortura, el Campo Militar Número Uno, con sus sótanos siniestros, su "túnel del radio", su "cuarto negro", de donde salían los alaridos que los torturadores de Carlos Humberto Bermúdez, de Nazar Haro y de Salomón Tanús, entre muchos otros, hacían que brotaran a borbotones de las gargantas de los detenidos... y pienso que la tortura no se ha ido.
¿De qué sirven pues las declaraciones y los discursos huecos, vanos, vacíos?
Gritemos a los cuatro vientos, pero luchemos por hacer realidad aquello de tortura: ¡nunca más!
¡Nunca más! Estas dos palabras han sido traicionadas, manchadas, vilipendiadas cuando se ha dicho, se ha repetido, se ha gritado: tortura, ¡nunca más!
Pensé en ello mucho porque la proximidad del Día de San Valentín me lo trajo a la mente.
Qué bien que hoy, ese día dedicado al santo, sea como le llaman "el Día del Amor y la Amistad", y ojalá ambos, amor y amistad, se den a manos llenas, para tratar de borrar de la faz de la Tierra el horror de la tortura que san Valentín sufrió y que segó su vida, y que hasta estos llamados nuestros días no ha cesado.
Con esa vertiginosa cualidad que tiene el pensamiento, que nos lleva a días y épocas cercanas o distantes, pensé en toda la barbarie, en la crueldad de siglos que la humanidad ha padecido. Pensé en san Esteban, primer mártir del cristianismo, que murió lapidado; vi a san Sebastián como lo imaginó Mantenga, atado a una columna y con el cuerpo erizado de saetas. Me parecía estar frente a la persecución de Diocleciano instigado por Galerio y el pensamiento saltaba de un lugar a otro de la historia de la crueldad y de la infamia. Veía las cruces distantes una de otra, la de Espartaco y la de Jesucristo, pero igualmente oprobiosas y despiadadas.
Atahualpa y Cuauhtémoc ensombrecieron mi memoria. Lejanas ambas, pensé en la Noche de San Bartolomé y en la matanza de Cholula, en donde, cuenta la historia, la sangre corría "como si fueran ríos". Sufría de tanto pensar en ello, pero mi mente obstinada se empeñaba en traerme esos trozos terribles de la historia.
Veía horrorizada los "racimos" de orejas y manos de indios yaquis, que los secuaces de Porfirio Díaz exigían a los asesinos como prueba de su villanía, de que les habían quitado la vida.
Sudáfrica y Haití, el famoso estadio en Chile, las hordas de kaibiles en Guatemala, todo pasaba por mi mente como un desfile siniestro. Las víctimas del Holocausto, las inauditamente sádicas penas corporales sufridas por los argelinos... Siberia... Reading... Leavenworth...
La fugacidad del pensamiento me llevaba a todo lo que me es doloroso y que ya nunca podrá serme ajeno... La cercanía del cumpleaños de mi amado hijo desaparecido por el mal gobierno, me trajo oleadas de tristeza. El próximo viernes 17 es la fecha en la que nació y ese día, esa fecha, 17 de febrero, me llevó al pasado, al lejano 1600, cuando murió Giordano Bruno. Por extraña coincidencia, aquel 17 de febrero murió el "nolano" y el 17 de febrero de 1954 nació mi hijo, que admiraba al filósofo rebelde que sufrió años de cárcel, tortura feroz y muerte en la hoguera, a manos de la Inquisición, porque siempre se negó a abjurar de lo que creía. Jamás renegó de su pensamiento, de sus ideas distintas de las de los demás, ni de sus palabras que nos legó en sus libros. Le cosieron los labios para no escucharlo, pero hasta hoy nos llega el sonido de su voz indomable. Tal vez por eso lo admiraba mi hijo.
Y tal vez por eso también, la Iglesia, que se dice misericordiosa, no le ha pedido perdón como lo hizo con otras víctimas del pasado, como Galileo que sí abjuró de la defensa que hacía del sistema cósmico de Copérnico, porque de no haberlo hecho, habría muerto en la hoguera por lo que se consideraba una herejía. Nos quedó su afirmación casi silente de la convicción de Galileo de aquella teoría... Eppur si muove... Y cuánta razón tenía, esta Tierra se sigue moviendo...
De igual forma se siguen moviendo en mi mente imágenes y recuerdos de la historia lejana y reciente. El látigo de los esclavistas, de los crueles hacendados algodoneros sureños estadounidenses, que no vacilaron en ir a una guerra que partió a su país en dos, por seguir siendo dueños de seres humanos arrancados de tierras lejanas, en medio de infinitos sufrimientos, para servirles... Y entre ese oleaje, en esa marejada de visiones de dolor, de tortura y de muerte, me detengo de pronto frente a las "tinajas" de San Juan de Ulúa, símbolo de las aberraciones de un dictador mexicano, obediente y dócil "aliado" del gobierno del vecino del norte.
Porfirio Díaz y William Howard Taft se entendían muy bien y ambos gobiernos maltrataban a los mexicanos que pasaban la frontera, aunque fuesen perseguidos políticos... ¡Cuánta semejanza con lo que hoy sucede! Dóciles y obedientes, Vicente Fox y su secretario de Relaciones Exteriores, aprueban las "balas de goma" primero y no protestan por las amenazas de los posibles disparos con arma de fuego de los integrantes de la Border Patrol, hacia nuestros miserables hermanos que ansían llegar allá, en busca del trabajo que aquí no hay.
En este repaso, veo los horrores del pasado reciente con Lecumberri en 1968 y el sempiterno antro de tortura, el Campo Militar Número Uno, con sus sótanos siniestros, su "túnel del radio", su "cuarto negro", de donde salían los alaridos que los torturadores de Carlos Humberto Bermúdez, de Nazar Haro y de Salomón Tanús, entre muchos otros, hacían que brotaran a borbotones de las gargantas de los detenidos... y pienso que la tortura no se ha ido.
¿De qué sirven pues las declaraciones y los discursos huecos, vanos, vacíos?
Gritemos a los cuatro vientos, pero luchemos por hacer realidad aquello de tortura: ¡nunca más!
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